El Testimonio del Espíritu

Calvino habla de la diferencia entre la prueba y la persuasión, entre poder intelectual y la afirmación del corazón:

Pero que nosotros mantenemos lo sagrado de la Palabra de Dios en contra de los que la niegan, esto no significa que nosotros enseguida implantaremos la certeza exigida por las fe en sus corazones. Los hombres profanos piensan que la religión se basa solamente en opiniones, y por lo tanto, para que ellos no crean tontamente, o sobre terreno movedizo, desean e insisten en que se les pruebe la razón por la cual Moisés y los profetas fueron divinamente inspirados. Pero yo respondo que testimonio del Espíritu es superior a la razón. Porque así como Dios sólo puede dar testimonio de sus propias palabras, así estas palabras no obtendrán una creencia completa en el corazón de los hombres hasta que ellas sean selladas por el testimonio interno del Espíritu. El mismo Espíritu, por lo tanto, el cual habló por la boca de los profetas, debe penetrar en nuestros corazones, para que nos convenzamos que los profetas fielmente nos pasaron el mensaje divinamente depositado en ellos.

Cuando Calvino dice que testimonio del Espíritu es superior a la razón, él que ningún modo se está hundiendo en la racionalidad. El testimonio del Espíritu es más alto que el raciocinio, no más bajo. El mismo puede que sea más que racional pero nunca y racional. Va más allá de la razón, no en contra de esta.
Cuando Edwards habló de la luz sobrenatural y divina, colocó el acento en la excelencia de que las cosas de Dios obran dentro del corazón. Sin embargo, Edwards incluye la convicción de la verdad de las Escrituras como un elemento integral de aquella luz. Él fue más allá de Calvino, pero no en contra de él. Ambos están recuerdo que es el obrar interno del Espíritu Santo el que nos asegura el carácter divino de la Palabra de Dios.
Calvino fue además muy cuidadoso en distinguir entre el testimonio del Espíritu Santo de la fresca revelación. Él dijo:

Quienes, rechazan la Escritura, se imaginan que tienen alguna forma particular de acceso directo a Dios, éstos deben ser juzgados no tanto por la influencia del error como por la influencia de la locura. Ciertamente, hombres frívolos han aparecido últimamente, quienes mientras hacen un gran despliegue de superioridad del Espíritu, rechazan toda lectura de la Escritura por sí mismos, y se burlan de la simplicidad de aquellos quienes se deleitan solamente en lo que ellos llaman la letra muerta. Pero yo quisiera que ellos me dijeran a mí, que espíritu es ese cuya inspiración los lleva a tal sublime altura que se atreven a despreciar la doctrina de la Escritura como algo inferior e infantil.
Aparentemente la iglesia tendrá que sufrir la influencia de "personas frívolas" en cada generación. No parece tener fin el número de personas enajenadas quienes reclaman tener revelaciones privadas con las cuales esas personas seducen a las ovejas y torturan a los corderos.
Calvino se pregunta:

Pero, ¿qué clase que Espíritu prometió nuestro Salvador que Él enviaría? Uno que no hablar de sí mismo (Juan 16:13), sino que inculcaría las verdades que el mismo ha inspirado a través de la palabra. De aquí, que la misión del espíritu prometido a nosotros no fuera de formar nuevas e inaudita revelaciones, o de acuñar una nueva forma de doctrina, por la cual nosotros seamos estimulados a alejarnos de la doctrina recibida del evangelio, sino para sellar en nuestras mentes la misma doctrina que el evangelio recomienda.

Tanto Calvino como Edwards creían que para crecer en luz y vida espiritual uno debe buscar al Espíritu en y a través de la Palabra, nunca fuera de ella.

Por lo tanto es fácil entender que nosotros debemos dar diligente atención tanto a la lectura como al oír de las Escrituras si quisiéramos recibir el beneficio del Espíritu de Dios… Porque el Señor ha entretejido juntas la certeza de su Palabra y la del Espíritu, para de nuestras mentes estén debidamente concentradas con referencia en la Palabra cuando el Espíritu nos ilumine y los capacite para llenarnos de la presencia de Dios; y por otro lado, para abrazarnos al espíritu sin peligro de engaño al reconocerle a Él en su imagen, es decir, en su Palabra.

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